lunes, 10 de octubre de 2011

SOLIENSES, 10 DE OCTUBRE

Dicho esto, no me parece, como lector ni como escritor, que el valor de una obra se determine únicamente por los principios éticos que la sustentan -si bien estos pueden contribuir, en la medida en que se aproximen a nuestra concepción del mundo, a que la estancia en sus páginas nos resulte más habitable-. Ética y estética deben combinarse. Por ello cualquier lector está en su derecho de exigir una toma de postura, y el libro debe ser capaz de hablar por sí solo con tal de no defraudar el universo de expectativas de quien tiene la delicadeza de dedicar unas horas a su lectura.
En este sentido, las palabras de José Luis González y de Alberto Díaz Villaseñor, entendidas como una reivindicación del enfoque narrativo múltiple, sustentado en la equidistancia, coinciden con las de Juan Bautista Carpio, al sugerir que cuando planteo la acción suelo hacerlo bien como pintor impresionista bien como cubista. Acudo a la primera técnica, aparte de para agilizar la narración, para provocar una emoción a través de la sugerencia en el lector; empleo la segunda, como un intento de entender una realidad que escapa a la lógica. Para comprender la barbarie, para comprender la devastación, para comprender un conflicto que cambió radicalmente a millones de personas, creo que debemos analizarlo desde diferentes puntos de vista con el fin último de concluir que en cualquier guerra siempre sufren los mismos. Y esta verdad nace en el terreno de la duda y de la incertidumbre. 

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