Cuando escribo asumo riesgos, y hablar de nuestra última guerra civil sigue siendo hoy en día tan difícil como mantener el equilibrio sobre un cable suspendido en el vacío. Nadie puede ni debe mantenerse indiferente ante la realidad histórica y, por ello, como ya afirmé en una ocasión "es obvio, e incluso legítimo, que al abordar determinados temas se le exija a uno un cierto posicionamiento ético respecto a los mismos. Yo estoy convencido de que los que hemos nacido ya en una democracia podemos, y debemos, revisar este período sin prejuicios ni fanatismos. En mi caso, el compromiso con nuestro pasado nace de un profundo convencimiento democrático, de una empatía con las personas que sufren, de una fe ciega en que cualquier vida tiene el mismo valor, del convencimiento de que todas las instituciones deben estar al servicio del ciudadano y respetar –y hacer respetar- la Constitución y de una condena rotunda a cualquier tipo de violencia."
Dicho esto, no me parece, como lector ni como escritor, que el valor de una obra se determine únicamente por los principios éticos que la sustentan -si bien estos pueden contribuir, en la medida en que se aproximen a nuestra concepción del mundo, a que la estancia en sus páginas nos resulte más habitable-. Ética y estética deben combinarse. Por ello cualquier lector está en su derecho de exigir una toma de postura, y el libro debe ser capaz de hablar por sí solo con tal de no defraudar el universo de expectativas de quien tiene la delicadeza de dedicar unas horas a su lectura.
En este sentido, las palabras de José Luis González y de Alberto Díaz Villaseñor, entendidas como una reivindicación del enfoque narrativo múltiple, sustentado en la equidistancia, coinciden con las de Juan Bautista Carpio, al sugerir que cuando planteo la acción suelo hacerlo bien como pintor impresionista bien como cubista. Acudo a la primera técnica, aparte de para agilizar la narración, para provocar una emoción a través de la sugerencia en el lector; empleo la segunda, como un intento de entender una realidad que escapa a la lógica. Para comprender la barbarie, para comprender la devastación, para comprender un conflicto que cambió radicalmente a millones de personas, creo que debemos analizarlo desde diferentes puntos de vista con el fin último de concluir que en cualquier guerra siempre sufren los mismos. Y esta verdad nace en el terreno de la duda y de la incertidumbre.
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